“Ni una menos”, los corazones delatores de Miriam Medrez
Cristina María González
Veinticinco camisas de manta cuelgan en formación de contingente ante el espectador. La consigna “Ni una menos” repetida en cada pieza y los acentos en rojo y negro, las manchas que recrean sangre dan unidad a la instalación que propone un enunciado claro: alto a los feminicidios. Son muchos y nos manifestamos colectivamente por nuestras hermanas.
Las piezas aluden ambivalentemente a las
mujeres muertas y a las que se manifiestan, y las camisas colgantes tienen en
su centro un corazón de trapo rojo, y sobre el suelo se han colocado bateas de
acero, cada una con un montón de estos corazones, a manera de vísceras en una
industria o un laboratorio, quizá en una morgue. Cada cierto tiempo la atmósfera se acompasa
con el latido de un corazón, lento, que va subiendo de intensidad y luego calla. Retóricas populares del grafiti, la nota
roja, la marcha y la consigna se encuentran para crear un impacto emotivo y
crítico, como se necesita para hacer ver lo que se calla: las blusas vacías son
historias de personas: mujeres con corazones que han dejado de latir.
En el cuento maravilloso de los hermanos Grimm “Tres cirujanos castrenses”, un cirujano se extirpa los ojos, otro la mano y uno más el corazón, para demostrar que pueden volver a colocárselos en el cuerpo. Los órganos se ponen en una charola y un gato los roba de la alacena, por lo que los responsables del descuido los sustituyen con los ojos del gato, la mano de un ladrón y el corazón de un cerdo sacrificado. Cada cirujano se los coloca como si fueran los propios y por tanto adquieren las cualidades de los portadores originales. El que tiene el corazón de cerdo busca los chiqueros y desperdicios. El humor se combina con el horror de partes que cobran vida propia y destinos. En “El corazón delator”, de Edgar Allan Poe, el narrador que está ocultando el cadáver de su víctima escucha tan claramente el rumor del corazón del viejo muerto que cree que también los investigadores lo escuchan, así es que no puede sino confesar su crimen.
El simbolismo del corazón latiente es un lugar
común que encarna la vida y a las pasiones, pero también al aliento que hace
posible la voz, el espíritu y lo sagrado: el soplo divino. Por eso las vísceras acumuladas en frías
charolas no están bien frente al dolor que relatan los bordados y las garras
intervenidas; lo delatan los latidos en crescendo.
Repaso en forma somera la obra de Miriam Medrez. En las primeras décadas de su producción escultórica trabajó casi exclusivamente en cerámica. Le gusta producir series y con frecuencia ha creado secuencias de personajes anónimos, asexuados e inexpresivos que dan una clara impresión de silencio, pero a la vez de ritmo por la repetición, el sentido de movimiento y el vínculo entre las figuras. La obra de Miriam era sutil en la alusión a un erotismo lúdico, a la migración o a estados emotivos interiores comprendidos en una postura. Otras series corresponden a formas orgánicas, ya sean de gran formato a manera de columnas mórbidas o bien otras que aluden a variantes de formaciones orgánicas pequeñas.
Hace algunos años Miriam descubrió el textil y sigue en su exploración: incorpora soportes y varía los modos de darle volumen (armazones, rellenos, capas, escenas encajonadas, prendas de ropa); combina texturas, recortando y desgarrando telas; adiciona tejido, deshilado y bordado o fotografía. También ha mudado hacia un arte colaborativo, en el que dialoga con textos literarios o invita a otros a participar con sus experiencias y voces. Sus proyectos recientes buscan además la expresión crítica de temas sociales, especialmente en relación con las mujeres. En algunas obras sigue creando conjuntos de personajes volumétricos, a la manera de sus secuencias en cerámica; en otras da cuerpo a objeto o historias, o bien construye formas orgánicas que parecen proliferar, extenderse o completarse. En la serie “Vístome de palabras entretejidas” presentó una serie de vestidos que tenían algo de proliferantes o excesivos en respuesta a relatos de las mujeres artistas representadas por estos. Los montó con las grabaciones en las que cada una cuenta y poetiza el sentido de su acción de vestirse.
“Ni una menos” continúa la línea de esa serie en el uso de la sinécdoque de la prenda por la mujer y en el relato con medios artesanales. En este caso las camisas son una estrategia de visibilización que humaniza a las víctimas a la manera de las pintas callejeras. Una camisa enlista nombres; otras reproducen noticias de prensa, una más da cifras, o bien incluye retratos o recrea las escenas del crimen, con la sangre, el balazo, la pistola, la horca. Cada una repite “Ni una menos”, y sabemos que no son prendas, son cuerpos, son vidas, son crímenes innombrados e impunes.
La instalación de Miriam logra su objetivo. Hay mucha elaboración para delatar el silencio y la indiferencia. Hay una ejecución limpia y armónica, con el contrapunto del color y de los elementos colgantes contra los que están en piso. ¿Qué extraño de sus obras de otro tiempo? El sentido lúdico y la emoción íntima de los personajes. Extraño un poco el misterio. ¿Hacen falta? No, pero sí creo que la artista aún puede generar un relato en el espacio, con una escalada o sorpresa de tensiones que podrían llevar al conjunto a provocar emociones aun inexploradas.
En cualquier caso, tal como es la instalación tiene un relato y una poesía. Las camisas y los corazones delatores valen la pena la vuelta y la mirada reflexiva. El Museo del Centenario en San Pedro Garza García presenta del 18 de marzo hasta mediados de mayo “Ni una menos”, jueves a sábado, de 14 a 18 horas.
Mejor explicado, imposible.... gracias Cristina y mis felicitaciones a Miriam por su mirada y sensibilidad.... y sobre todo por compartirla haciéndonos de esa forma, cómplices de su postura.
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